martes, 1 de noviembre de 2011

SAN MARCELINO CHAMPAGNAT





Tan querido por mí, desde mi infancia que escuchaba su vida, sus dichos, su pedagogía. Es imposible para cualquier exalumno Marista no acordarse de él. Pues bien hoy haremos un San Marcelino, gracias al Hermano Ángel de Argentina que me pidió que reformara una imagen no muy agraciada en otra del santo. Manos a la obra.


1)    Lo primero es ver qué voy a hacer. Quiero que esté con un libro, que en la imagen aparezcan las tres violetas (que representan la humildad, la sencillez y la modestia) y que en su mano izquierda lleve una cruz que parezca antigua (conservo en mi breviario una estampa antigua de él en la que está mirando una cruz y que siempre me gustó).

 



2)    Una vez resuelto esto, empiezo a tallar en yeso betalfa el cuerpo. San Marcelino vestía sotana talar, con faja y un capote con cuello y el típico “babero” que es inconfundible en él y en San Juan Bautista de La Salle, estos detalles no los tengo que descuidar.
3)    Una vez hecho este paso vamos a la cabeza. La primera que hice se parecía mucho a San Martín de Porres, pero igualmente la terminé porque ya la usaremos en otra imagen que hagamos de él. Igualmente la pueden ver en la foto. Terminada esta, pasé a hacer una segunda, que sí se asemejaba más a San Marcelino. Estas cosas suelen pasar pero mejor, porque de esta manera ya tenemos material para otra. En imaginería “nada se tira, todo se transforma”. Diagramo la ropa que luego remarcaré con masilla epoxídica y coloco las tres violetas al pie de la imagen, queda muy bien. Pero para que vean que "Dios dispone", tuve que hacer una tercera cabeza ya que la que figura más adelante, en las fotos, en el momento de empezar a pintarla, mi perra ovejera llamada Frida, en un arrebato de cariño, desplomó sus 50 kilos en mi espalda y voló la imagen de mis manos, cayendo de cabeza al suelo... hay amores que matan. Pero siempre es bueno volver a empezar, ya verán en el terminado cómo quedó.
 

4)    Dejo secar todo muy bien a lo largo de 2 semanas (depende del clima) y paso a lijar todo con lija gruesa al comienzo y luego con lijas finas.


5)    Dos manos de goma laca para fijar el polvillo y lo más lindo, pintar con pigmentos naturales y goma laca. Por último le pongo una aureola de broce lisa o bien alguna filigranada, eso queda al gusto de cada uno.





  


San Marcelino había nombrado a la Santísima Virgen su recurso ordinario, la Superiora de los Hermanos, la Buena Madre que siempre nos cuida y guía. Siempre decía: “AD JESUM PER MARIAM” todo a Jesús por medio de María. Uno de sus actos piadosos era el de rezar las tres Ave María antes de dormir, costumbre que sigo haciendo a pesar de contar ya casi con 50 años. Les recomiendo esta práctica antes de ir a descansar.
Algo sobre su vida:
SAN MARCELINO CHAMPAGNAT nace el 20 de mayo de 1789 en Marlhes, un pueblo de las montañas del Centro-Este de Francia, en el momento en que estalla la Revolución Francesa. Es el noveno hijo de una familia profundamente cristiana. Su educación es eminentemente familiar. Su madre y una tía suya religiosa exclaustrada, despiertan en él una fe sólida y una profunda devoción a María. Su padre, agricultor y comerciante, poseía una instrucción superior a la normal por aquellos pueblos, está abierto a las nuevas ideas y desempeña un papel político importante en su ayuntamiento y en toda la región. Sabe también inculcar en Marcelino la aptitud para los trabajos manuales, el gusto por la acción, el sentido de la responsabilidad y la apertura a las ideas innovadoras.
Cuando Marcelino tiene 14 años, un sacerdote de paso por su casa, le hace descubrir que Dios le llama al sacerdocio. Marcelino, cuya escolaridad había sido muy deficiente, se pone a estudiar con todo ardor "porque Dios lo quiere", mientras sus parientes cercanos, conocedores de sus limitaciones, tratan de disuadirle. Los años difíciles de su estancia en el seminario menor de Verriéres (18051813) son para él una etapa de extraordinario crecimiento humano y espiritual.
En el seminario mayor de Lyon tiene por compañeros, entre otros, a Juan María Vianney, futuro Cura de Ars, y a Juan Claudio Colin, que más tarde será el fundador de los Padres Maristas. Forma con otros seminaristas un grupo cuyo proyecto es fundar una congregación que comprendiera sacerdotes, religiosas y una orden tercera, que llevaría el nombre de María, la "Sociedad de María", cuya finalidad sería recristianizar la sociedad civil. Conmovido por la miseria cultural y espiritual de los niños de los pueblos, Marcelino siente la urgencia de crear dentro del grupo una congregación de Hermanos que dedicaran a la educación cristiana de la juventud. Decía con frecuencia: "No puedo ver a un niño sin sentir el deseo de decirle cuanto le ama Jesucristo". Al día siguiente de su ordenación sacerdotal (22 de julio de 1816) este grupo de sacerdotes jóvenes van a consagrarse a María y a poner su proyecto bajo su maternal protección en el santuario de Ntra. Sra. de Fourviére.
Luego Marcelino es nombrado coadjutor de una parroquia rural, La Valla. La visita a los enfermos, la catequesis de los niños, la atención a los pobres y el fomento de la vida cristiana en las familias son las actividades esenciales de su ministerio. Su predicación, sencilla y directa, su profunda devoción a María y su ardiente celo apostólico marcan profundamente a sus feligreses. Queda dolorosamente conmovido al encontrar a un joven de 17 años que está a punto de morir y que no conoce nada de Dios. Este hecho le mueve a poner en práctica su idea de fundar un grupo de maestros dedicados a la instrucción cristiana de los niños del campo.
El 2 de enero de 1817, sólo seis meses después de llegar a la parroquia de La Valla, el joven coadjutor Marcelino, de 27 años de edad, reúne a sus dos primeros discípulos: Acaba de nacer, en medio de la mayor pobreza, humildad y confianza en Dios, la congregación de los Hermanitos de María o Hermanos Maristas, bajo la protección de la Santísima Virgen. Al mismo tiempo que atiende a sus deberes de coadjutor de la parroquia, forma a sus Hermanos, preparándoles para su misión de maestros cristianos, de catequistas y de educadores de los jóvenes, y se va a vivir con ellos. Apasionado por extender el Reino de Dios y consciente de las inmensas necesidades de la juventud de los ambientes rurales, logra convertir a los jóvenes campesinos que viven con él en apóstoles de Cristo y de María. En seguida empieza a abrir escuelas, y pronto la casita de La Valla, ampliada con el trabajo de sus propias manos, se queda pequeña. Las dificultades son enormes. Algunos sacerdotes no comprenden el proyecto de este humilde coadjutor sin experiencia y sin dinero. Sin embargo los ayuntamientos no dejan de pedir que les envíe Hermanos para que trabajen en la instrucción y educación cristianas de los niños de sus municipios.
Marcelino y sus Hermanos participan en la construcción de una nueva casa capaz de acoger a más de cien personas, a la que da el nombre de Ntra. Sra. del Hermitage. En 1825 liberado de su cargo de coadjutor de la parroquia se dedica por completo a su congregación, atendiendo especialmente a la formación y acompañamiento espiritual, pedagógico y apostólico de sus Hermanos, a la visita a las escuelas y a la fundación de nuevas obras.
Como hombre de fe profunda, Marcelino no deja de buscar la voluntad de Dios en la oración y en el diálogo con las autoridades religiosas y con sus Hermanos. Consciente de sus limitaciones, no cuenta más que con Dios y con la protección de María, la "Buena Madre", "Recurso Ordinario" y "Primera Superiora". Su humildad profunda y su vivo sentido de la presencia de Dios le permiten sobrellevar numerosas pruebas con una gran paz interior. Le gusta repetir a menudo las palabras de salmo 126: "Si el Señor no construye la casa... ", convencido de que su congregación de Hermanos es la obra de Dios y de María, y adopta la divisa "Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús".
"Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar" es la misión de sus Hermanos, y la escuela es para él lugar privilegiado para la evangelización. Marcelino inculca a sus discípulos el respeto y el amor a los niños, la atención a los pobres, a los más ingratos y a los más abandonados, a los huérfanos en particular. La presencia asidua junto a los jóvenes, la sencillez, el espíritu de familia, todo a la manera de María, son los puntos esenciales de su idea de la educación.
En 1836, la Iglesia reconoce la Sociedad de María y le confía la misión de Oceanía. Marcelino pronuncia los votos como miembro de la nueva Sociedad y envía a tres de su Hermanos con los primeros misioneros Padres Maristas a las islas del Pacífico. "Ninguna de las diócesis del mundo está excluida de nuestros planes", escribe a un obispo.
Las gestiones para lograr el reconocimiento legal de su congregación le llevan mucho tiempo y le piden mucha energía y espíritu de fe. Pero no deja de repetir: "Cuando se tiene a Dios de nuestra parte y cuando no se cuenta más que con El, nada nos es imposible".
La enfermedad logra vencer su robusta constitución. Agotado por el trabajo, muere a la edad de 51 años el 6 de junio de 1840, dejando a sus Hermanos este precioso mensaje: "Que no haya entre vosotros más que un solo corazón y un mismo espíritu. Que se pueda decir de los Hermanitos de María, como de los primeros cristianos: Mirad cómo se aman".

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