viernes, 13 de octubre de 2017

La comunión de los santos. Ellos y nosotros.



La Iglesia Católica Apostólica Romana no obliga a nadie a invocar y tener devoción a los santos. Solamente los propone como modelos para ser imitados. 

Los que los invocamos, lo único que hacemos es contemplar las virtudes que el mismo Dios obró sobre ellos. 

No son dioses, no los adoramos, recurrimos a ellos para que recen por y junto a nosotros a Dios Padre Celestial.    

Tanto el Papa Francisco como quienes le antecedieron, han beatificado y canonizado a una gran cantidad de hombres y mujeres a lo largo de toda la Iglesia Universal. 

Con esto la Iglesia reconoce oficialmente su testimonio de santidad. De esta forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores en favor nuestro.

Ahora bien, muchos de nosotros, nos damos cuenta de que los hermanos no católicos rechazan enérgicamente a los santos diciendo que no necesitamos otros modelos de santidad, ya que tenemos el modelo de Jesús. 

Y menos necesitamos a los santos como intercesores, pues Cristo es el Único mediador ante el Padre. Muchos católicos no saben qué contestar y están dudosos frente a estas opiniones.

¿Qué debemos contestar a los que piensan que estamos en un error al invocar a un santo?

Los hermanos evangélicos dicen: No necesitamos otro modelo de santidad si ya tenemos el modelo del propio Jesús.

Queridos hermanos: Esta es una verdad a medias. Y enseguida me vienen a la mente los textos bíblicos del Apóstol Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte es ganancia... Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 1, 21 y 3, 17).

En otra parte dice el Apóstol: «Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo Jesús» (1 Tim. 1, 16).

En estos textos vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los creyentes a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo.

Tomemos otro ejemplo de la Biblia: María, la Madre de Jesús. Ella es la mujer «que Dios ha bendecido más que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 42), como dijeron el ángel Gabriel y su prima Isabel. Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de esclava, «en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 1, 48).

La Biblia, entonces, pone claramente a María como modelo de santidad para todas las generaciones. Y es eso lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María. La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; la veneración es un culto de honra y de profundo respeto hacia la Madre de Jesús.

Cuando leemos con atención las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás, que era un hombre con grandes dudas sobre la fe pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor y su Dios (Jn. 20, 26-28).



Así también la Iglesia católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por el Señor (Mt. 14, 1-12).

De igual manera, la Iglesia Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos (Santa Edith Stein, el Cura Brochero, la Madre Teresa, San Juan Pablo II, etc.) como ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y muchos ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que fue tan eficaz en sus vidas. 

Los santos son para nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara prioridad en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe cristiana el que tocó de diversas maneras el corazón de mucha gente. 

La fe en los santos no es, de ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como piensan los hermanos evangélicos, sino un estímulo para seguir a Cristo. Son tres distintos modelos de santidad que Dios ha regalado a su Iglesia en este último tiempo.

Por supuesto debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la santidad de tal o cual persona nunca puede oscurecer el seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad de los santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.

Los santos como intercesores

Muchos hermanos evangélicos tienen problemas para aceptar a los santos como intercesores en favor nuestro. 

Simplemente dicen que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres y que no necesitamos nuevos intercesores: «Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 9, 11-14).


Nosotros, los católicos, proclamamos también que Jesucristo es el Único Mediador entre Dios y los hombres. 


Pero los santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a Jesucristo, a Dios Padre o al Espíritu Santo. 

Los santos no nos alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de fe cristiana nos estimulan a acercarnos a Dios con la sola mediación de Jesucristo.

Ahora bien, cuando la Iglesia Católica dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo, eso no quiere decir que ellos son los que hacen los milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser que los milagros sean hechos «por intercesión» de estos santos.

El ejemplo de María

Veamos el ejemplo de María en las bodas de Cana. Es María la Madre de Jesús la que invita discretamente a su Hijo a hacer un milagro diciendo: «Ya no tienen vino». 

Y Jesús le hace entender que la hora de hacer signos no ha llegado todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12).

Este es el sentido bíblico de la intercesión de los santos. Hay muchos ejemplos más de la intercesión de los santos ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios por intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).

Jesús manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar muertos, a limpiar leprosos y echar demonios (Mt. 10, 8). Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un hombre tullido (Hech. 3, 1-10).

En el pueblo de Troáda, el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado (Hech. 20, 7-11).

 
Cuando el apóstol Pedro pasaba por la calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran sanados (Heh. 5, 15-16). 

Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocados por su cuerpo eran llevadas a los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech. 19, 11-12).

Todos estos textos nos dicen que Jesucristo hacía milagros por medio de sus discípulos. «Ustedes han recibido este poder sin costo; úsenlo sin cobrar», dijo Jesús (Mt. 10, 8).

Dios acepta la oración de los santos

La Biblia nos enseña también que debemos ayudarnos mutuamente con la oración. «La oración de los santos es como perfume agradable ante el trono de Dios» (Apoc. 8, 4).

«Ahora me alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24).

«La oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. El profeta Elías era un hombre tal como nosotros, y cuando pidió en su oración que no lloviera, dejó de llover sobre la tierra durante tres años y medio y después cuando oró otra vez, volvió a llover y la tierra dio su cosecha» (Stgo. 5, 16-18).

«Los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los que pertenecen a Dios» (Apoc. 5, 8).

En todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la intercesión de los santos tiene mucho poder delante del trono de Dios. No podemos dudar de que estos santos, que ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros, como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar su ira invocando a Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 32, 13).

Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes que obró Dios en ellos. Dios está siempre en el trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos directamente en contacto con Él, con la sola mediación de Jesucristo.

Hay que evitar los excesos en la veneración de los santos.

Por supuesto que en nuestra veneración a los santos debemos evitar los excesos. 

Por ejemplo, hay gente que no busca a los santos como un modelo de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias, angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se le ha perdido. 

Sabemos muy bien que hay gente que se acerca a los santos con una fe casi mágica. 

No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios respeta la conciencia de cada uno.

Pienso en aquella mujer de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos años, la que se acercó a Jesús tal vez con una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio mágica sanó. 

Pero luego Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La fe. «Hija, has sido sanada porque creíste» (Lc. 8, 43-48).

Creo que hay mucha gente católica entre nosotros, que se acerca a Cristo y a los santos con esta actitud tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con creencias medio mágicas. 

Pero no tenemos derecho a humillar o aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla. Es un pecado muy grave burlarse de la fe débil de uno de nuestros hermanos. 

Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.

Doy gracias a Dios por las grandes maravillas que obró en los santos, y por habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos latinoamericanos: San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima, San Gabriel del Rosario Brochero y tantos otros. 

Ojalá que nosotros, contemplando sus ejemplos logremos también la santidad.

Reitero algo que dije al comienzo: “la Iglesia no obliga a nadie a invocar y tener devoción a los santos”. 

Esto depende del gusto, de la cultura y de la libertad de cada cristiano. 

Es un camino que se ofrece, y dichosos de nosotros si lo aceptamos con humildad y agradecimiento.

El  Catecismo de la Iglesia dice:

¿A qué nos llama Dios?

Dios nos llama a responder al deseo natural de felicidad que El mismo ha puesto dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo la podemos lograr con la santidad de vida.

¿Qué es la comunión de los santos?

La comunión de los santos significa que así como todos los creyentes forman entre sí un solo cuerpo, así también el bien de unos se comunica a otros.

¿Interceden los santos por nosotros?

Sí, ellos interceden por nosotros al presentar, por medio del Único Mediador Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra.

¿Somos todos llamados a la santidad?

Sí, todos los bautizados, ya pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos somos llamados a la santidad.

¿Quiénes son los santos?


Los que llegaron ya a la patria y gozan de la presencia del Señor. Ellos no cesan de interceder por nosotros presentando a Dios por medio del único Mediador Jesús (1, Tim. 2, 5), los méritos que en la tierra alcanzaron.



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